Muchas religiones consideran sensato que la divinidad eterna y perfecta a la que adoran transgreda sus propias normas. Innumerables teólogos han discutido los motivos por los que un ser supremo, que no puede ni mutar ni equivocarse, cometería esta excentricidad. De este modo, se han documentado piedras con la facultad de llorar, enfermedades que abandonan sus ocupaciones, yeguas que vuelan y conversiones de un fluido en otro.